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María Cristina Giraldo

 

Miembro de la Nel- cf Medellín

 

Las marcas de lo traumático

Me orienta una pregunta en esta elaboración: ¿qué es lo que produce las marcas singulares de lo traumático? Parto de la doble condición que tiene el infans de nacer en el desvalimiento y en el desamparo en relación al Otro, y a la vez de ser ineludiblemente “un sujeto sujetado”[1] a ese Otro. De un lado, por el lenguaje, en tanto nacemos al malentendido, y del otro, por la respuesta de ese Otro a su demanda, que o no se produce en paridad a la misma o no existe; en todo caso, demanda y respuesta no están acompasadas. Es por eso que Marie-Hélène Brousse dice que “cada vez que se trata de la inscripción del sujeto en el Otro hay un riesgo de trauma, en relación con la respuesta del Otro”,[2] especialmente cuando el Otro no responde, porque en ese caso el sujeto no existe en el campo del Otro.

Tomo un fragmento del testimonio de Oscar Ventura para mostrar cómo se producen las marcas de lo traumático. En el inicio del embarazo la madre se deprime y el médico prescribe que es mejor provocar un aborto porque el postparto sería peor para su equilibrio mental. “Una frase se impone: podrías no haber nacido fue el fragmento de lo escuchado. Su eco toca el cuerpo”.[3] Es el impacto de ese dicho sin sentido en el cuerpo lo que produce la marca traumática y un rasgo melancólico, el síntoma con el que responde al trauma: hacía de la tristeza su partenaire. Oscar vivía, entre la amenaza de ser expulsado del Otro como un desecho o sujetarse al Otro, fijado a dos afectos: la angustia y la tristeza. Un equívoco en sesión evocando el nacimiento –y entonces me tienen, nazco– le permite hacer legible cómo su lalengua deja al descubierto el malentendido fundamental que constituye su ser, y que en este testimonio es la libra de carne con la que Oscar elige pagar el ser un sujeto sujetado al Otro; guarda además relación con dos tipos de traumatismos: el del nacimiento y el de lalengua.[4]

Somos traumatizados del malentendido al cual nacemos: no hay relación sexual que pueda escribirse, y eso supone dos goces distintos, dos lalenguas distintas que no se armonizan ni siquiera en el discurso amoroso. Y si acaso somos deseados, en tanto podemos no serlo, el deseo del padre y de la madre no son unívocos. Para Lacan, en Nota sobre el niño, la constitución subjetiva “implica la relación con un deseo que no sea anónimo”,[5] y esto define las funciones distintas de la madre, ligadas al cuidado, y del padre a la Ley del deseo, que llevan además una marca singular de cada uno. El niño viene a saturar el modo de la falta del deseo de la madre, independientemente de la estructura de esta; para Lacan tiene un valor estructural: sustituye el objeto a en el fantasma, y por ello el niño está abierto a todas las capturas fantasmáticas. Miller puntualiza: acogemos en análisis a “sujetos traumatizados por el saber del Otro, por su deseo y por su goce”.[6] Lo cual pone al descubierto lo que supone interpretar la X del Deseo Materno: el saber, la raíz pulsional del deseo materno y el goce de la mujer en la madre. La mediación o no de la función del padre que está en relación a la Ley impide que la boca del cocodrilo se cierre y lo devore. El síntoma del niño, para Lacan, responde a lo que hay de sintomático en la estructura familiar. Éric Laurent muestra tres respuestas posibles del niño a la X del DM, tres identificaciones posibles: con el falo (perversión), con el síntoma (neurosis) y con el objeto a (psicosis).[7]

Concluyo este apartado mostrando cómo las marcas de lo traumático surgen del encuentro del cuerpo con lalengua y son las que modelan la relación con el goce que es siempre singular. Esto implica que cada uno tiene sus propias marcas del traumatismo en singular y que estas son las que resuenan, así como lo que cada parlêtre ha hecho con ellas en su experiencia de análisis, cuando se produce un hecho traumático.

Del trauma al traumatisme

Voy a servirme de la manera como Marie-Hélène Brousse presenta la ausencia del instante de la mirada en relación al hecho traumático por la pandemia desatada por el nuevo coronavirus, el COVID 19: “No vimos venir nada. Fuimos tragados por la ola antes de poder verla… frente a lo real, la extrañeza de los diferentes encuadres realizados por la realidad psíquica es tal que elimina, en numerosos sujetos, el instante de la mirada”.[8] El no querer saber, propio del síntoma, elimina ese instante de ver, pero a la vez es el síntoma el que singulariza y permite las formas de arreglo con el agujero en lo simbólico que causa ese real en el discurso, en los proyectos, en las formas de encuentro…

La respuesta que me dio Paola Bolgiani, colega radicada en Torino, cuando le contaba del no consentimiento, de muchos ciudadanos en Medellín, a la cuarentena obligatoria, en tanto supone forzar ese no querer saber, me mostró el impacto de lo real en juego. Me dijo: “Es un no querer saber sobre un no saber absoluto”. Tenemos consignas sobre la asepsia en el cuidado, o información diaria sobre el número de infectados, de muertos, de recuperados y de pruebas por millón de habitantes, pero nada de eso constituye un saber. Ese trozo de real que se presenta sin ley, fuera de programa, quiebra las coordenadas que ordenan la vida de cada uno y nos pone frente a lo insoportable de un no saber absoluto, de la incertidumbre donde antes, aunque fuera en forma ilusoria, creíamos tener alguna garantía. El fantasma, ese aparato productor de sentido que nos separa de Un real, que hace pantalla a la opacidad del goce para hacerlo soportable, que le da consistencia a una versión del Otro que le hace a cada uno según su relación de goce con el objeto fantasmático, las ficciones del fantasma para hacer existir ese Otro y mantener en el no saber la posición de goce, no sirven de nada a la hora de enfrentarnos con un trozo de real. Las defensas que pueden llegar a ser, en algunos sujetos, una trinchera para defenderse de la vida, muestran su impotencia: irrumpe la angustia ante eso que escapa al control y la angustia señal no logra ser una brújula de orientación, como sucede con la angustia lacaniana. Si miramos las ficciones que se difunden en las redes sociales, vemos que se pone ese saber en un Otro malvado que se coloca en el extranjero “los chinos sabían y no dijeron; se reservan un saber para hacer caer el sistema capitalista; ellos produjeron el virus en un laboratorio para tener el poder político y económico.” Dalila Arpin nos ayuda a hacer legible esta lógica fantasmática: “El virus es el Otro que puede tomar diferentes rostros: el extranjero, el cuerpo, el Otro que tenemos dentro… El odio no hace buenas migas con el saber; lo que no se quiere saber es que ese Otro tan odiado al que se le da tanta consistencia está en él mismo”.[9] Conviene, por tanto, orientarse en la perspectiva que diferencia lo real de Un real, el de cada uno.

El psicoanálisis no niega la existencia del hecho traumático ni sus consecuencias, pero no deriva de ello una universalización del trauma ni una práctica asistencialista del para todos, sino que se orienta hacía lo más singular. Éric Laurent retoma a Guy Briole, quien fue el asesor científico de la Red Asistencial de la ELP-Madrid en la atención en psicoanálisis aplicado con tratamientos breves a los afectados del atentado terrorista en la Estación de Atocha, el 11 de marzo del 2004. Guy muestra que en tanto el sujeto no es soluble en lo colectivo, hay que liberar al grupo del aislamien­to y extraer al sujeto del grupo que está definido por un acontecimiento traumático: así que propone “desanudar sin desha­cer”. El objetivo no es rom­per el grupo, sino desanudar las cuestiones que, imaginariamente, ha­rían grupo para los afectados. El comentario de Laurent es: “Para el Otro social todo lo que no es programable se convierte en trauma, para el psicoanálisis el trauma toca lo real. Un trozo de real es un agujero en el interior de lo simbólico que deviene en angustia traumática”.[10]

Miller le da el estatuto de principio a la siguiente definición del trauma: “se produce un traumatismo cuando un hecho entra en oposición con un dicho, con un dicho esencial de la vida del paciente, cuando hay una contradicción entre el hecho y lo dicho.”[11] Mientras que Marie-Hélène Brousse afirma, de un lado, que el trauma es un atravesamiento salvaje del fantasma, y del otro, que se presenta como el reverso de un acto. Dejo resonando estas definiciones para pasar a la urgencia subjetiva.

La urgencia subjetiva

Me orienta Lacan sobre la urgencia que preside el análisis, en el “Prefacio a la edición inglesa del Seminario 11”: “Escribo, sin embargo, en la medida en que creo deber hacerlo, para estar al día con esos casos, para hacer con ellos el par”.[12] Lacan muestra que la urgencia es la que preside el análisis; no la sitúa como algo contingente que puede darse o no. Si la demanda es una urgencia y el Otro de la demanda solo cae al final de la experiencia analítica con el SsS ¿cómo puede el analista ser partenaire de la urgencia? Se anudan así, entonces, la formación analítica, “hacer con ellos el par” y la función analítica en las urgencias subjetivas, en tanto tienen que ver con el traumatismo fundamental de cada sujeto y con la práctica analítica. Este recorte clínico permite ver la cara fecunda de la urgencia, que pone sobre el tapete lo que no se había advertido antes, tanto para el analizante como para la analista. El estado de excepción generado por el aislamiento obligatorio para analizante y analista y el recurso a hacer con lo que hay, produjeron un cambio de registro del dispositivo en psicoanálisis puro, que pasa a otro modo de la presencia del analista, por un medio virtual y hacer partenaire de su urgencia semblando un alojamiento, como él dice que es para la tía: a ella él le importa, se interesa y está atenta.

Florencia Shanahan, AE de la Escuela Una en Dublin (NLS), dice: “Cuando se trata de justificar la propia práctica como medio de subsistencia, o de su permanencia en el mercado como uno más de los objetos ofertados al consumo, allí el problema es otro. Y atañe a la formación del analista”.[13] Yo agregaría que en ese caso se trata de un problema ético, más aún cuando no se presenta la imposibilidad del encuentro entre los cuerpos, como ha sucedido con la pandemia. La elección de hacerlo por un medio virtual cuando alguien puede analizarse en presencia, es un problema en la política de la Dirección de la cura, justo allí donde se juega el deseo del analista y no tenemos ninguna libertad.

Gil Caroz afirma al respecto: “Una vez admitido que lo real y el goce son los resultados de un encuentro entre el significante y el cuerpo hablante, es forzoso constatar que la presencia es indispensable para tocar este real. El goce, en tanto que fijado al cuerpo, no puede ser acometido en ausencia”.[14] Y Antonio Di Ciaccia dice en la misma perspectiva: A diferencia de la psicoterapia que trata de simbolizar el trauma, “El psicoanálisis apunta a otra cosa hacia la puesta en lógica de aquello que causa el goce (así lo ha llamado Freud), que es inherente al síntoma que hace sufrir. Para esta operación, el psicoanalista -además de saber responder- encarna la presencia real de aquel objeto que sirve al analizante para que el inconsciente diga sus razones, razones que están en la base de la repetición del síntoma… En la situación actual le tocará a cada analista, uno por uno, saber no tanto atenerse a los estándares sino a aquellos principios éticos que permiten que la operación analítica tenga lugar”.[15] Este modo de la presencia del analista, sin equivaler a la sesión analítica en presencia, se hizo necesario en este caso. ¿De qué operación analítica se trata? ¿En qué forma conviene servirnos de los medios virtuales para llegar a prescindir de ellos, tanto en la práctica, como en la Escuela? Es importante hacer de estos modos de la presencia del analista una vertiente abierta a la pregunta por la operación analítica que no es sin principios en el uno por uno y en los dispositivos de formación de la Escuela, especialmente en este estado de excepción.

Voy a concluir con una elaboración sobre el tratamiento no de la urgencia sino, como afirma Miller, por la urgencia subjetiva, en tanto el analista encuentre la manera de hacer el par. Araceli Fuentes nos ayuda con una definición: “llamamos urgencia cuando las significaciones habituales de un sujeto han sido desgarradas por la emergencia de un real traumático”.[16] Bien sabemos que en la experiencia analítica la demanda se presenta como urgencia subjetiva y que el Otro de la demanda no cae hasta el final del análisis, así que hay que poner en forma la demanda no solo en las entrevistas preliminares, sino en el análisis que empieza y en el que dura y dejarla caer al final del análisis; por supuesto, si el analista consiente a ser reducido por el analizante al desecho.

Se puede atravesar el trauma por la pandemia, pero las marcas traumáticas no se traviesan. Tienen el tratamiento fantasmático y sinthomático que podamos darles, pero permanecen como cicatrices en el cuerpo, y si bien no se borran, lo que si cambia es la relación de goce que podemos tener con ellas. La urgencia subjetiva no se reduce, entonces, a lo contingente, como sucede con esta pandemia mundial, ni tampoco al psicoanálisis aplicado, sino que hace parte de la operación analítica. Tanto en el “Prefacio…” como en “Del sujeto por fin cuestionado”,[17] Lacan afirma que hay psicoanalista cuando este puede hacer el par con la urgencia. Por ello la urgencia está anudada a la formación y a la práctica del analista. Cuando un análisis transcurre sin los sobresaltos de las urgencias subjetivas del analizante por sus marcas traumáticas y por la disrupción del goce en juego, si no hay traumatismo bajo transferencia, tal vez hay que preguntarse por el análisis y por el control de la práctica del analista.

[1] Miller, J.-A., “El niño y el saber”, Los miedos de los niños, Paidós, Buenos Aires, 2017, p. 21.

[2] Brousse, Marie-Hélène, Conferencia ¿Qué es lo traumático?, 19 de diciembre de 2014, Seminario del Campo Freudiano en San Sebastián.

Disponible en video: https://www.youtube.com/watch?v=FwwH8eZYTx4

[3] Ventura, Oscar, “Interpretaciones, pasajes y rectificación. El tiempo de volverse analista”, Bitácora Lacaniana, Pasión política, NEL-Grama, Buenos Aires, No. 6 septiembre de 2017, p. 113.

[4] Cfr. Naveau, Pierre, “Clínica del malentendido y del quid pro quo”, El Psicoanálisis, Trauma, memoria y olvido, ELP, Barcelona, No. 34, octubre de 2019, p. 182.

[5] Lacan, J., “Nota sobre el niño”, Otros escritos, Paidós, Buenos Aires, 2012, p. 393.

[6] Miller, J.-A., “El niño y el saber”, op. cit., p. 24.

[7] Cfr. Laurent, Éric, Hay un fin de análisis para los niños, Colección Diva, Buenos Aires, 2003, p. 20.

[8] Brousse, Marie-Hélène, “El tiempo del virus”, Lacan Quotidien #876, 25 de marzo de 2020.

Disponible: https://www.lacanquotidien.fr/blog/wp-content/uploads/2020/03/LQ-876.pdf

[9] Arpin, Dalila, “El virus es el Otro”, Disponible: Blog Zadig en España https://zadigespana.wordpress.com/2020/03/24/coronavirus-el-virus-es-el-otro/

[10] Cfr. Laurent, Éric, “El tratamiento de la angustia postraumática: sin estándares, pero no sin principios”, El Psicoanálisis, N° 7, ELP, Barcelona, 2004. Conferencia dictada en el Hospital San Carlos de Madrid, del día 8 de mayo de 2004.

[11] Miller, J.-A. y otros, “La Conversación”, Efectos terapéuticos rápidos, Conversaciones clínicas con J.-A. Miller en Barcelona, ICF Sección Clínica de Barcelona, Paidós, Buenos Aires, 2005, p.81.

[12] Lacan, Jacques, “Prefacio a la edición inglesa del Seminario 11”, Otros escritos, Paidós, Buenos Aires, 2012, p. 601.

[13] Shanahan, Florencia, “Modos de la presencia,” Zadig en España.

Disponible: https://zadigespana.com/2020/04/11/coronavirus-modos-de-la-presencia/

[14] Caroz, Gil, “Recordar el psicoanálisis”, L’Hebdo Blog No. 198, ECF, 5 de abril de 2020.

Disponible: https://www.hebdo-blog.fr/

[15] Di Ciaccia, Antonio, “El Psicoanálisis en el tiempo del coronavirus”, Zadig Argentina, Red de incidencia política. Disponible: https://redzadigargentina.wordpress.com/2020/04/10/el-psicoanalisis-en-el-tiempo-del-coronavirus/

[16] Fuentes, Araceli, “Trauma y urgencia”, El Psicoanálisis, Trauma, memoria y olvido, No. 34, ELP, Barcelona, octubre de 2019, p. 33.

[17] Cfr. Lacan, J., “Del sujeto por fin cuestionado”, Escritos I, Siglo XXI, Buenos Aires, 2003, p. 226.

M aría Cristina Giraldo

 

Miembro de la Nel- cf Medellín

 

Las marcas de lo traumático

 Me orienta una pregunta en esta elaboración: ¿qué es lo que produce las marcas singulares de lo traumático? Parto de la doble condición que tiene el infans de nacer en el desvalimiento y en el desamparo en relación al Otro, y a la vez de ser ineludiblemente “un sujeto sujetado” a ese Otro. De un lado, por el lenguaje, en tanto nacemos al malentendido, y del otro, por la respuesta de ese Otro a su demanda que o no se produce en paridad a la misma, o no existe; en todo caso, demanda y respuesta no están acompasadas. Es por eso que Marie-Hélène Brousse dice que “cada vez que se trata de la inscripción del sujeto en el Otro hay un riesgo de trauma, en relación con la respuesta del Otro”, especialmente cuando el Otro no responde porque en ese caso el sujeto no existe en el campo del Otro.

Tomo un fragmento del testimonio de Oscar Ventura para mostrar cómo se producen las marcas de lo traumático. En el inicio del embarazo la madre se deprime y el médico prescribe que es mejor provocar un aborto porque el postparto sería peor para su equilibrio mental. “Una frase se impone: podrías no haber nacido fue el fragmento de lo escuchado. Su eco toca el cuerpo”. Es el impacto de ese dicho sin sentido en el cuerpo lo que produce la marca traumática y un rasgo melancólico, el síntoma con el que responde al trauma: hacía de la tristeza su partenaire. Oscar vivía entre la amenaza de ser expulsado del Otro como un desecho o sujetarse al Otro, fijado a dos afectos: la angustia y la tristeza. Un equívoco en sesión evocando el nacimiento –y entonces me tienen, nazco– le permite hacer legible cómo su lalengua deja al descubierto el malentendido fundamental que constituye su ser, y que en este testimonio es la libra de carne con la que Oscar elige pagar el ser un sujeto sujetado al Otro; guarda, además, relación con dos tipos de traumatismos: el del nacimiento y el de lalengua.

Somos traumatizados del malentendido al cual nacemos: no hay relación sexual que pueda escribirse, y eso supone dos goces distintos, dos lalenguas distintas que no se armonizan ni siquiera en el discurso amoroso. Y si acaso somos deseados, en tanto podemos no serlo, el deseo del padre y de la madre no son unívocos. Para Lacan, en Nota sobre el niño, la constitución subjetiva “implica la relación con un deseo que no sea anónimo”, y esto define las funciones distintas de la madre, ligadas al cuidado, y del padre a la Ley del deseo, que llevan además una marca singular de cada uno. El niño viene a saturar el modo de la falta del deseo de la madre, independientemente de la estructura de esta; para Lacan tiene un valor estructural: sustituye el objeto a en el fantasma, y por ello el niño está abierto a todas las capturas fantasmáticas. Miller puntualiza: acogemos en análisis a “sujetos traumatizados por el saber del Otro, por su deseo y por su goce”. Lo cual pone al descubierto lo que supone interpretar la X del Deseo Materno: el saber, la raíz pulsional del deseo materno y el goce de la mujer en la madre. La mediación o no de la función del padre que está en relación a la Ley impide que la boca del cocodrilo se cierre y lo devore. El síntoma del niño, para Lacan, responde a lo que hay de sintomático en la estructura familiar. Éric Laurent muestra tres respuestas posibles del niño a la X del DM, tres identificaciones posibles: con el falo (perversión), con el síntoma (neurosis) y con el objeto a (psicosis).

Concluyo este apartado mostrando cómo las marcas de lo traumático surgen del encuentro del cuerpo con lalengua y son las que modelan la relación con el goce que es siempre singular. Esto implica que cada uno tiene sus propias marcas del traumatismo en singular y que estas son las que resuenan, así como lo que cada parlêtre ha hecho con ellas en su experiencia de análisis, cuando se produce un hecho traumático.

 

Del trauma al traumatisme

Voy a servirme de la manera como Marie-Hélène Brousse presenta la ausencia del instante de la mirada en relación al hecho traumático por la pandemia desatada por el nuevo coronavirus, el COVID 19: “No vimos venir nada. Fuimos tragados por la ola antes de poder verla… frente a lo real, la extrañeza de los diferentes encuadres realizados por la realidad psíquica es tal que elimina, en numerosos sujetos, el instante de la mirada”. El no querer saber, propio del síntoma, elimina ese instante de ver, pero a la vez es el síntoma el que singulariza y permite las formas de arreglo con el agujero en lo simbólico que causa ese real en el discurso, en los proyectos, en las formas de encuentro…

La respuesta que me dio Paola Bolgiani, colega radicada en Torino, cuando le contaba del no consentimiento, de muchos ciudadanos en Medellín, a la cuarentena obligatoria, en tanto supone forzar ese no querer saber, me mostró el impacto de lo real en juego. Me dijo: “Es un no querer saber sobre un no saber absoluto”. Tenemos consignas sobre la asepsia en el cuidado, o información diaria sobre el número de infectados, de muertos, de recuperados y de pruebas por millón de habitantes, pero nada de eso constituye un saber. Ese trozo de real que se presenta sin ley, fuera de programa, quiebra las coordenadas que ordenan la vida de cada uno y nos pone frente a lo insoportable de un no saber absoluto, de la incertidumbre donde antes, aunque fuera en forma ilusoria, creíamos tener alguna garantía. El fantasma, ese aparato productor de sentido que nos separa de Un real, que hace pantalla a la opacidad del goce para hacerlo soportable, que le da consistencia a una versión del Otro que le hace a cada uno según su relación de goce con el objeto fantasmático, las ficciones del fantasma para hacer existir ese Otro y mantener en el no saber la posición de goce, no sirven de nada a la hora de enfrentarnos con un trozo de real. Las defensas que pueden llegar a ser, en algunos sujetos, una trinchera para defenderse de la vida, muestran su impotencia: irrumpe la angustia ante eso que escapa al control y la angustia señal no logra ser una brújula de orientación, como sucede con la angustia lacaniana. Si miramos las ficciones que se difunden en las redes sociales, vemos que se pone ese saber en un Otro malvado que se coloca en el extranjero “los chinos sabían y no dijeron; se reservan un saber para hacer caer el sistema capitalista; ellos produjeron el virus en un laboratorio para tener el poder político y económico.” Dalila Arpin nos ayuda a hacer legible esta lógica fantasmática: “El virus es el Otro que puede tomar diferentes rostros: el extranjero, el cuerpo, el Otro que tenemos dentro… El odio no hace buenas migas con el saber; lo que no se quiere saber es que ese Otro tan odiado al que se le da tanta consistencia está en él mismo”. Conviene, por tanto, orientarse en la perspectiva que diferencia lo real de Un real, el de cada uno.

El psicoanálisis no niega la existencia del hecho traumático ni sus consecuencias, pero no deriva de ello una universalización del trauma ni una práctica asistencialista del para todos, sino que se orienta hacía lo más singular. Éric Laurent retoma a Guy Briole, quien fue el asesor científico de la Red Asistencial de la ELP-Madrid en la atención en psicoanálisis aplicado con tratamientos breves a los afectados del atentado terrorista en la Estación de Atocha, el 11 de marzo del 2004. Guy muestra que en tanto el sujeto no es soluble en lo colectivo, hay que liberar al grupo del aislamien­to y extraer al sujeto del grupo que está definido por un acontecimiento traumático: así que propone “desanudar sin desha­cer”. El objetivo no es rom­per el grupo, sino desanudar las cuestiones que, imaginariamente, ha­rían grupo para los afectados. El comentario de Laurent es: “Para el Otro social todo lo que no es programable se convierte en trauma, para el psicoanálisis el trauma toca lo real. Un trozo de real es un agujero en el interior de lo simbólico que deviene en angustia traumática”.

Voy a presentar un recorte clínico anudado a varias definiciones del trauma. Una de Miller, a la cual él le da el estatuto de principio: “se produce un traumatismo cuando un hecho entra en oposición con un dicho, con un dicho esencial de la vida del paciente, cuando hay una contradicción entre el hecho y lo dicho.” Otras de Marie-Hélène Brousse, quien afirma, de un lado, que el trauma es un atravesamiento salvaje del fantasma, y del otro, que se presenta como el reverso de un acto.

 

Caso clínico

Es un analizante a quien recibí hace un tiempo; tiene 36 años, es extranjero. Estaba haciendo un doctorado en su disciplina en otro país distinto a su país de origen y se enamoró de una mujer colombiana; deja el doctorado y se viene tras ella. Siempre se preguntó por qué una mujer como ella se habría fijado en un hombre como él. Ese es el rasgo de su elección: elige mujeres que él considera que lo rechazarían por su color de piel, por sus rasgos indígenas, por la forma de su cuerpo que para él denota su raza. En su país se había emparejado con una norteamericana, y cuando ella se enamoró, él perdió su interés por ella. La elección comporta que sea alguien inaccesible, imposible de alcanzar. El racismo consigo mismo se transforma en odio de sí, instrumentado a través de las mujeres inaccesibles que él elige. Las mujeres que lo aman o que lo seducen no le interesan sexualmente, solo las que pueden llegar a degradarlo: durante algún tiempo se enredó con una mujer que se prostituía haciendo striptease.

La relación con la mujer colombiana termina en forma estragante después de un tiempo de convivencia; ella lo bota de la casa y lo descalifica, justo por las características que él rechaza de sí. Demanda consultar conmigo por la urgencia que esta ruptura produce en él. Melancolizado, identificado al objeto desecho, consiente a los maltratos crueles de esta mujer, cada que insiste en regresar con ella, propiciando que vuelva al mismo lugar, una y otra vez: a ser el objeto desechado. Dice: “Era el único destino que podía tener con una mujer como ella: ser echado como un perro”. Cuando le pregunto por esa condición de destino que él le da a ese dicho, me cuenta que su padre murió en la calle; abandonó a la familia cuando su madre lo dejó por otro, se alcoholizó y terminó sin nada, viviendo en la calle hasta su muerte. Ese significante en lo real es un elemento de orientación para mi práctica con él: el poder brutal que él le adjudica al goce de la mujer que es su madre, que hace que el padre termine “echado como un perro.”

La madre los abandonó cuando él entraba en la pubertad y su cuerpo empezaba a cambiar. Es la experiencia de un abandono bajo el impacto de lo real del cuerpo. Su respuesta fue apegarse a una tía, la única que lo alojó en su vida; esa tía fue la que eligió su nombre y él mantiene con ella una relación cercana, pese a la distancia: “a ella le importo, está atenta a lo que me pasa, cuento con ella”. En la tía encontró un Otro único que le da soporte y sostiene su mano. Es lo que trae en la transferencia cuando irrumpe el punto de quiebre en él y todo vacila.

En la adolescencia empezó a vincularse con pandillas juveniles que operaban como actores del conflicto armado en su país, en el momento en el que el mismo producía más víctimas; es decir, creó las condiciones para que el destino inexorable de terminar identificado al padre pudiera cumplirse. A la vez, en el colegio de jesuitas donde estudiaba se interesó vivamente por materias que definieron su campo disciplinario y decidió irse al seminario a los 19 años, fuera de su país y, a la vez, cursar el pregrado. Ya en la Orden jesuítica tenía problemas con la autoridad, por lo cual, dice: “me remitieron a tratamiento psiquiátrico y psicoterapéutico”. Es probable que los problemas con la autoridad fueran el velo con el que los jesuitas cubrieron el advertir un punto de quiebre en él. Para los jesuitas valía que él fuera inteligente y estudioso, y logra terminar la carrera. Hacer parte de la Orden le da una manera de situarse frente al discurso y, como él dice: “un soporte importante para la vida”. Podemos preguntarnos si la Orden hizo, para él, de Nombre-del-Padre. Se retira del seminario cuando formó pareja con la mujer norteamericana, y regresa a trabajar en su país como docente universitario. Se separa de ella y se va a hacer el doctorado. En este otro país tiene la experiencia de ser discriminado racialmente: en la calle le gritan “indio”.

En medio de la urgencia subjetiva en la que me consultó por la ruptura amorosa con la mujer colombiana, lo que no cae es lo académico y hace de ello un punto de abrochamiento con el cual hago el par. Logra terminar el doctorado, pese a la distancia. Sitúa lo que en él es esta mujer: de un lado, el poder brutal que lo femenino tiene para él, y del otro, lo que tiene que ver con relación a su identificación al desecho. Es una identificación que pasa por el cuerpo como imagen, pero que, como veremos, tiene el peso de lo real. Puede terminar el doctorado con el más alto reconocimiento académico, si bien pone el desecho en ello: no publicaron la foto en el mosaico de graduados, y él cree que es por discriminación racial. Le pregunto en esa ocasión: ¿la suya?

Una semana antes de que se decrete la cuarentena obligatoria a causa de la pandemia, cuando ya se empezaba a hablar de ello, llega a la consulta en transporte público y me dice que todo eso es un invento del gobierno para disolver las movilizaciones estudiantiles. Hago resonar su no querer saber y la consecuencia: su exposición al contagio. Le informo que he decidido interrumpir la consulta debido a la pandemia, independientemente de que se decrete la cuarentena. Semanas después me llama: ha estado localizando en su cuerpo los signos de que padece coronavirus: tiene fiebre, dolor en la garganta, ardor en la espalda y algo extraño en la nariz. Aunque no tiene termómetro, no considera que él se cree esos síntomas. ¿Está angustiado? le pregunto. Me dice que no puede dormir y que le está pegando a su perrito, cosa que nunca había sucedido y de lo que él se sentía incapaz: “soy un monstruo”.

Este perrito apareció en la calle y él lo adoptó; lo nombró Rilke, por el poeta alemán, que vivía en la precariedad y desechado de todos lados. En su labor de investigación permanente ha estudiado justo a los pensadores olvidados en su disciplina, los ha dado a conocer. Su tesis doctoral versó sobre un jesuita que era filósofo en su país y totalmente desconocido; obtuvo calificación Cum laude. Es decir que su trabajo es montar al desechado en el escabel de su investigación y hacerlo reconocer del Otro académico. Hay que ver si él puede encontrar para sí mismo su forma singular de salvación por los desechos: una suplencia o la construcción de Un sinthome que lo haga pasar de la indignidad del desecho a hacer algo con la dignidad de las formas de arreglo con el Uno del goce y que lo abroche al sentimiento de vida.

Con relación al confinamiento impuesto por la pandemia, sin pasar por un instante de ver, está tragado por la ola producida por lo real de la misma y es el propio cuerpo el que se vuelve el objeto infectado que es para él un nombre del desecho, la marca traumática depositada en Rilke. De ahí el pasaje al acto, que muestra la parte activa de la pulsión: pasar de ser el objeto maltratado a maltratar; el trauma que vuelve por lo real, en el revés del acto. El miedo a morir solo, sin nadie que se haga cargo, se apodera de él. Le molesta que Rilke lo haga salir a la calle y que eso aumente el riesgo de contagio; por ello, lo baña en exceso. Despliega todas sus defensas, pero algo siempre se le escapa fuera de control. Al lavar el trapero se moja la cara con algunas gotitas que se le vuelven la fuente de contagio. El cuerpo es la externalidad enemiga. Lo remito a ayuda farmacológica con una médica con la que puede consultar, además, sobre su temor a tener COVID y ella le dice que no tiene signos de estar infectado y le formula medicación psiquiátrica.

El dicho esencial en su vida, “ser echado como a un perro”, entra en contradicción con el hecho traumático que nos lleva al aislamiento social con el propósito del cuidado del cuerpo. Cada que sale a la calle teme contagiarse, morir en soledad y que Rilke quede desamparado, tal y como llegó. Rilke es un objeto real para él, por eso la separación es imposible, porque lo conecta al sentimiento de vida.

Se le vuelve legible que ese cuerpo que él siempre ha rechazado, ahora es el Otro enemigo. Dice: “es como si yo no habitara mi cuerpo, no me guarece, no me protege”. Un cuerpo que levanta campamento en el desanudamiento del cuerpo imaginario y del cuerpo real. Irrumpe un hormigueo en el cuerpo, un goce invasivo que él intenta localizar en la espalda, en la cara y en la cabeza. Le pregunto por su experiencia con las hormigas y me dice: “siempre están fuera de lugar”, que es como él siempre ha estado, “aún en su familia”, dice. Con sus estudiantes está trabajando sobre algo que nombra: “el exilio ontológico del ser”. Cito esa fórmula y hago un corte que vuelve legible esa otra externalidad en él, que es la subjetiva.

A la sesión siguiente trae un sueño: él está en casa de su tía y se hace caca encima, pero no se la puede sacar, “es como una costra pegada a su cuerpo”. Es el estatuto que tiene para él el objeto desecho, es una identificación real de la que no se puede separar, el cuerpo mismo es un desecho y una externalidad que opera por su lado. Me advierte así de la prudencia requerida y de las consecuencias que tendría pretender separarlo de esa costra. El objeto desecho no está extraído en el campo del Otro, sino que está en el bolsillo, el desecho es la costra de su cuerpo. El ombligo del sueño muestra que hay un aspecto infantil que aún requiere del Otro como sostén. Frente al desamparo del Otro está la tía y la transferencia se juega ahí.

En su queja hipocondríaca está vigilante a los fenómenos del cuerpo y a la localización de los signos que le son extraños y no puede revestir de sentido. Allí donde “la racionalidad”, tan importante para él, muestra su impotencia frente a este agujero real, se presenta el punto de quiebre. Es la cara fecunda de la urgencia que muestra lo que hasta ahora no había aparecido.

Estas externalidades me advierten de una psicosis ordinaria. Miller cita a Lacan para recordarnos que él “llama urgencia a la modalidad temporal que responde al advenimiento o a la inserción de un traumatismo”. Este analizante pasó de la urgencia por la ruptura con la mujer amada a la urgencia por la angustia traumática frente al COVID 19. La posición de goce en la que él se pone es la misma en ambas pandemias: identificarse al objeto desecho. La disrupción de goce en el cuerpo, la angustia traumática surgida de sus propias marcas en el cuerpo que hizo efracción produciendo esa travesía salvaje del fantasma que dejó Un real, sin velo, al descubierto.

Me dice que este tiempo que vivimos en el confinamiento no tiene ni pasado ni futuro; dice: “es un presente permanente como es la eternidad. Así es el tiempo de los místicos que son desechados por la filosofía”, puntúo: “pero no por usted”. Me intereso vivamente y me da referencias con entusiasmo que yo alojo atenta, posición con la que hago el par con su urgencia subjetiva: El espejo de las almas simples, de Margarita de Porete; El fruto de la nada, de Maestro Eckhart -estos dos fueron acusados de herejía- y La condición obrera, de Simone Weil, que murió en el olvido… “Para usted ni herejes, ni olvidados”, le digo. Los que rescata del olvido, al igual que él, no entran en el Universal, en el reino del padre. Dos circunstancias de su vida están en esta misma perspectiva. La no homologación hasta ahora de su título de doctor hace parte de ello: es tener un saber académico que valdría en todos lados, y su manera de no entrar en el Universal. Así tiene un lugar en él, pero no del todo, siempre le falta algo. De la misma manera, lo que hace con relación al tipo de visa que tiene como migrante por su unión marital, que no hace pasar a visa de residente que constituye un Universal que elude; como migrante tiene un lugar en el todo, pero no es todo.

 

La urgencia subjetiva

Me orienta Lacan sobre la urgencia que preside el análisis, en el “Prefacio a la edición inglesa del Seminario 11”: “Escribo, sin embargo, en la medida en que creo deber hacerlo, para estar al día con esos casos, para hacer con ellos el par”. Lacan muestra que la urgencia es la que preside el análisis; no la sitúa como algo contingente que puede darse o no. Si la demanda es una urgencia y el Otro de la demanda solo cae al final de la experiencia analítica con el SsS, ¿cómo puede el analista ser partenaire de la urgencia? Se anudan así, entonces, la formación analítica, “hacer con ellos el par” y la función analítica en las urgencias subjetivas, en tanto tienen que ver con el traumatismo fundamental de cada sujeto y con la práctica analítica. Este recorte clínico permite ver la cara fecunda de la urgencia, que pone sobre el tapete lo que no se había advertido antes, tanto para el analizante como para la analista. El estado de excepción generado por el aislamiento obligatorio para analizante y analista y el recurso a hacer con lo que hay, produjeron un cambio de registro del dispositivo en psicoanálisis puro, que pasa a otro modo de la presencia del analista, por un medio virtual, y hacer partenaire de su urgencia semblando un alojamiento, como él dice que es para la tía: a ella él le importa, se interesa y está atenta.

Florencia Shanahan, AE de la Escuela Una en Dublin (NLS), dice: “Cuando se trata de justificar la propia práctica como medio de subsistencia, o de su permanencia en el mercado como uno más de los objetos ofertados al consumo, allí el problema es otro. Y atañe a la formación del analista”. Yo agregaría que en ese caso se trata de un problema ético, más aún cuando no se presenta la imposibilidad del encuentro entre los cuerpos, como ha sucedido con la pandemia. La elección de hacerlo por un medio virtual, cuando alguien puede analizarse en presencia, es un problema en la política de la Dirección de la cura, justo allí donde se juega el deseo del analista y no tenemos ninguna libertad.

Gil Caroz afirma al respecto: “Una vez admitido que lo real y el goce son los resultados de un encuentro entre el significante y el cuerpo hablante, es forzoso constatar que la presencia es indispensable para tocar este real. El goce, en tanto que fijado al cuerpo, no puede ser acometido en ausencia”. Y Antonio Di Ciaccia dice en la misma perspectiva: A diferencia de la psicoterapia, que trata de simbolizar el trauma, “El psicoanálisis apunta a otra cosa hacia la puesta en lógica de aquello que causa el goce (así lo ha llamado Freud), que es inherente al síntoma que hace sufrir. Para esta operación, el psicoanalista -además de saber responder- encarna la presencia real de aquel objeto que sirve al analizante para que el inconsciente diga sus razones, razones que están en la base de la repetición del síntoma… En la situación actual le tocará a cada analista, uno por uno, saber no tanto atenerse a los estándares sino a aquellos principios éticos que permiten que la operación analítica tenga lugar”. Este modo de la presencia del analista, sin equivaler a la sesión analítica en presencia, se hizo necesario en este caso. ¿De qué operación analítica se trata? ¿En qué forma conviene servirnos de los medios virtuales para llegar a prescindir de ellos, tanto en la práctica, como en la Escuela? Es importante hacer de estos modos de la presencia del analista una vertiente abierta a la pregunta por la operación analítica, que no es sin principios en el uno por uno y en los dispositivos de formación de la Escuela, especialmente en este estado de excepción.

Durante mi análisis irrumpió lo real del cuerpo por una malformación congénita de la que no sabía. Tuve una hospitalización larga y una intervención no exenta de riesgos. Estuve bajo el impacto de un trauma, que resonó en la marca traumática producida por la muerte de mi abuelo cuando yo tenía 6 años y por el impacto de ese significante sin sentido en mi cuerpo. A esa marca respondí con mi síntoma. Sobre ello testimonié en La voz opaca; vuelvo un poco sobre ello: “Mi padre me levanta sobre el ataúd para que me despida de mi abuelo. Exclamo con sorpresa: “¡de traje y sin zapatos!”. Mi padre me explica: “No tiene zapatos, porque ya no va a caminar para ninguna parte; el abuelo murió”. El cuerpo agujereado por palabras sin sentido, la aparición abrupta de la muerte en mi vida, las piernas al aire, sin soporte… la pieza de mi cuerpo que quedó marcada por el traumatismo de lalengua que estalló en mi síntoma: las contracturas musculares en los pies, la mala elección de los zapatos que, en forma paradójica, corporizaba lo que no anda, al causar algún trauma”.

Estaba entonces bajo el impacto traumático de lo real en mi cuerpo que resonó en esa marca traumática y sin poder viajar a Buenos Aires para análisis, por estricta prescripción médica. La voz cálida de mi analista por teléfono durante ese tiempo me ayudó a atravesar la angustia traumática, hasta que pude ir a análisis tres meses después. No puedo equiparar ese modo de la presencia de la analista que fue semblar el objeto voz por el teléfono, con ese otro modo de la operación analítica, en los tres años del tramo final de mi análisis, que fue su cuerpo anudado al acto analítico y su voz que se volvió preciosa por escaza. Interpretaba con el cuerpo (gestos, movimientos, bostezos, suspiros), todo lo que no se puede hacer por teléfono, se servía de su cuerpo como caja de resonancia para Un real, el mío. Fue así un buen partenaire de ambas urgencias, semblando el objeto voz en dos momentos distintos. Tanto su voz cálida durante mi enfermedad, como su silencio y el cuerpo que habla en la precipitación del final fueron de gran valor, si bien con un estatuto distinto: el uno, para atravesar el trauma que produjo esa urgencia subjetiva y poder volver a análisis, y el otro para llevar mi análisis hasta el final.

Voy a concluir con una elaboración sobre el tratamiento, no de la urgencia sino, como afirma Miller, por la urgencia subjetiva, en tanto el analista encuentre la manera de hacer el par. Araceli Fuentes nos ayuda con una definición: “llamamos urgencia cuando las significaciones habituales de un sujeto han sido desgarradas por la emergencia de un real traumático”. Bien sabemos que en la experiencia analítica la demanda se presenta como urgencia subjetiva y que el Otro de la demanda no cae hasta el final del análisis, así que hay que poner en forma la demanda no solo en las entrevistas preliminares, sino en el análisis que empieza y en el que dura y dejarla caer al final del análisis; por supuesto, si el analista consiente a ser reducido por el analizante al desecho.

Se puede atravesar el trauma por la pandemia, pero las marcas traumáticas no se traviesan. Tienen el tratamiento fantasmático y sinthomático que podamos darles, pero permanecen como cicatrices en el cuerpo, y si bien no se borran, lo que sí cambia es la relación de goce que podemos tener con ellas. La urgencia subjetiva no se reduce, entonces, a lo contingente, como sucede con esta pandemia mundial, ni tampoco al psicoanálisis aplicado, sino que hace parte de la operación analítica. Tanto en el “Prefacio…” como en “Del sujeto por fin cuestionado”, Lacan afirma que hay psicoanalista cuando este puede hacer el par con la urgencia. Por ello la urgencia está anudada a la formación y a la práctica del analista. Cuando un análisis transcurre sin los sobresaltos de las urgencias subjetivas del analizante por sus marcas traumáticas y por la disrupción del goce en juego, si no hay traumatismo bajo transferencia, tal vez hay que preguntarse por el análisis y por el control de la práctica del analista.

Miller, J.-A., “El niño y el saber”, Los miedos de los niños, Paidós, Buenos Aires, 2017, p. 21.

Brousse, Marie-Hélène, Conferencia ¿Qué es lo traumático?, 19 de diciembre de 2014, Seminario del Campo Freudiano en San Sebastián.

Disponible en video: https://www.youtube.com/watch?v=FwwH8eZYTx4

Ventura, Oscar, “Interpretaciones, pasajes y rectificación. El tiempo de volverse analista”, Bitácora Lacaniana, Pasión política, NEL-Grama, Buenos Aires, No. 6 septiembre de 2017, p. 113.

Cfr. Naveau, Pierre, “Clínica del malentendido y del quid pro quo”, El Psicoanálisis, Trauma, memoria y olvido, ELP, Barcelona, No. 34, octubre de 2019, p. 182.

Lacan, J., “Nota sobre el niño”, Otros escritos, Paidós, Buenos Aires, 2012, p. 393.

Miller, J.-A., “El niño y el saber”, op. cit., p. 24.

Cfr. Laurent, Éric, Hay un fin de análisis para los niños, Colección Diva, Buenos Aires, 2003, p. 20.

Brousse, Marie-Hélène, “El tiempo del virus”, Lacan Quotidien #876, 25 de marzo de 2020.

Disponible: https://www.lacanquotidien.fr/blog/wp-content/uploads/2020/03/LQ-876.pdf

Arpin, Dalila, “El virus es el Otro”, Disponible: Blog Zadig en España https://zadigespana.wordpress.com/2020/03/24/coronavirus-el-virus-es-el-otro/

Cfr. Laurent, Éric, “El tratamiento de la angustia postraumática: sin estándares, pero no sin principios”, El Psicoanálisis, N° 7, ELP, Barcelona, 2004. Conferencia dictada en el Hospital San Carlos de Madrid, del día 8 de mayo de 2004.

Miller, J.-A. y otros, “La Conversación”, Efectos terapéuticos rápidos, Conversaciones clínicas con J.-A. Miller en Barcelona, ICF Sección Clínica de Barcelona, Paidós, Buenos Aires, 2005, p.81.

Miller, J.-A. “El inconsciente real”, Curso del miércoles 15 de noviembre de 2006. Disponible:

http://www.eol.org.ar/template.asp?Sec=publicaciones&SubSec=on_line&File=on_line/jam/curso/2006/06_11_15.html

Lacan, Jacques, “Prefacio a la edición inglesa del Seminario 11”, Otros escritos, Paidós, Buenos Aires, 2012, p. 601.

Shanahan, Florencia, “Modos de la presencia,” Zadig en España.

Disponible: https://zadigespana.com/2020/04/11/coronavirus-modos-de-la-presencia/

Caroz, Gil, “Recordar el psicoanálisis”, L’Hebdo Blog No. 198, ECF, 5 de abril de 2020.

Disponible: https://www.hebdo-blog.fr/

Di Ciaccia, Antonio, “El Psicoanálisis en el tiempo del coronavirus”, Zadig Argentina, Red de incidencia política. Disponible: https://redzadigargentina.wordpress.com/2020/04/10/el-psicoanalisis-en-el-tiempo-del-coronavirus/

Giraldo, M. C., “La voz opaca”, Bitácora Lacaniana, Violencia y explosión de lo real, NEL, Buenos Aires, Número extraordinario abril de 2017.

Fuentes, Araceli, “Trauma y urgencia”, El Psicoanálisis, Trauma, memoria y olvido, No. 34, ELP, Barcelona, octubre de 2019, p. 33.

Cfr. Lacan, J., “Del sujeto por fin cuestionado”, Escritos I, Siglo XXI, Buenos Aires, 2003, p. 226.